Y de repente él se fué. Ella ya no recuerda cuándo, ni tiene un porqué preciso. Subió al auto, cerró la puerta y giró las llaves. Ya se había ido, y ella sólo quedó mirando la parte de atrás del coche que se alejaba. Inundada en tristeza cruzó las verjas, abrió la puerta de su casa y dejó caer todas sus fuerzas sobre aquella silla de su habitación. Y lloró. Lloró mucho. Lloró suficiente como para que alguien pensara que lo quería. Tal vez no lo amó, pero sí lo quiso... eso sí. Lo quiso mucho, con cada parte de su corazón. Pero tal vez no estaba lista para demostrarselo. Y tal vez él se fue por eso. Porque él también la quiso a ella, pero era un muchacho algo impaciente, algo original, como dirían muchos. Era de esos de los cuales hay muy pocos. Y ella era tan sólo una muchacha como muchas, una común, del montón.
Quizás algún día ambos volvieran a encontrarse, volvieran a cruzarse sus miradas, en alguna plaza, alguna calle... Quizás entonces, al sentir el uno la voz del otro comprendieran que se habían extrañado. Mientras tanto ella lo seguía queriendo, y seguía llorando en las noches. Lo seguía extrañando. Pero eso no bastaba.
Fue entonces cuando decidió que su amor no valía de nada si no podía estar junto a la persona que deseaba. Entonces dejó todo y se dijo así misma quererlo entonces más que nunca, y como nadie lo había querido. Pero fue allí, cuando abandonó todo para correr hacia él, que se dio cuenta de que lo había perdido. Y esta vez sí era para siempre. Entonces tal vez él nunca la quiso. Tal vez fue demasiado precario todo, insostenible. Pero él ya no caminaba solo, alguien más iba con él. Tal vez hasta había otra persona en su corazón.
Entonces ella lloró, aún más que la primera vez. Lloró demasiado, para el gusto de cualquier persona. Lloró y lloró con todas sus fuerzas. Vació todas las lágrimas que tenía por él. Y se arrepintió cada segundo de haberlo conocido.
Allí fue entonces que ella comenzó a pensar claramente...
Quizás de nada había servido quererle.